1Timothy 2:5
"For there is one God, and one mediator between God and men, the man Christ Jesus;"
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Chess: "Bread"
La Metáfora y la Literatura con sus brillos.
[French, from Old French creissant, croissant, crescent. See crescent.]
WORD HISTORY The words croissant and crescent illustrate double borrowings, each coming into English from a different form of the same French word. In Latin the word crēscere, “to grow,” when applied to the moon meant “to wax,” as in the phrase lūna crēscēns, “waxing moon.” Old French croissant, the equivalent of Latin crēscēns, came to mean “the time during which the moon waxes,” “the crescent-shaped figure of the moon in its first and last quarters,” and “a crescent-shaped object.” In Middle English, which adopted croissant in its Anglo-Norman form cressaunt, the first instance of our English word, recorded in a document dated 1399–1400, meant “a crescent-shaped ornament.” Crescent, the Modern English descendant of Middle English cressaunt, owes its second c to Latin crēscere. Croissant is not an English development but rather a borrowing of the Modern French descendant of Old French croissant. It is first recorded in English in 1899. French croissant was used to translate German Hörnchen, the name given by the Viennese to this pastry, which was first baked in 1689 to commemorate the raising of the siege of Vienna by the Turks, whose symbol was the crescent.
Edgar Allan Poe
Pompas del mármol, negra anatomía
Que ultrajan los gusanos sepulcrales,
Del triunfo de la muerte los glaciales
Símbolos congregó. No los temía.
Temía la otra sombra, la amorosa,
Las comunes venturas de la gente;
No lo cegó el metal resplandeciente
Ni el mármol sepulcral sino la rosa.
Como del otro lado del espejo
Se entregó solitario a su complejo
Destino de inventor de pesadillas.
Quizá, del otro lado de la muerte,
Siga erigiendo solitario y fuerte
Espléndidas y atroces maravillas.
Jorge Luis Borges: El Otro, el Mismo.
¿De dónde viene Poe? De la novela gótica inglesa, americana, alemana y, por supuesto, romántica (pasó un lustro de su infancia en Inglaterra): Walpole, Hawthorne, E. T. A. Hoffmann, Keats, Walter Scott, Mary Shelley (la autora de Frankenstein ), Lord Byron, Glanvill…, y por ahí hasta uno que otro trazo de Bocaccio. Los absorbió, escribió sobre ellos y no ocultó nunca la influencia que sobre él ejercieron.
¿A dónde nos lleva? A todo escritor que lo sucediera: la novela gótica victoriana ( Una vuelta de tuerca , de James); la novela detectivesca de Conan Doyle y Georges Simenon; la ciencia ficción de Julio Verne, Arthur C. Clarke y Ray Bradbury; la narrativa del boom latinoamericano (Poe está presente en todo Cortázar –quien tradujo todos sus cuentos– y en Borges); en Franz Kafka, Dostoievsky, Thomas Mann, Debussy (quien hizo una ópera hoy casi olvidada sobre La caída de la Casa Husher ); Rachmaninoff (autor de una obra coral basada en el poema Las campanas );
Recordemos las mil adaptaciones cinematográficas de sus obras (en particular las películas de Roger Corman; una de ellas, La caída de la Casa Usher , es una pequeña obra maestra), así como de la serie española Historias para no dormir , por mencionar tan solo algunos ejemplos. Dejemos para el final la más grande progenitura de todas: los poetas malditos (Baudelaire, Verlaine y Mallarmé) de la generación simbolista francesa.
Añadamos a Bram Stoker con su Drácula , producto de los cuentos poeianos directamente vinculados con el tema de la vida en la muerte. Influencia profunda sobre nuestra Yolanda Oreamuno, Poe fue el precursor de la hipnosis y el psicoanálisis, y el primer escritor americano que renunció a los mecenazgos e intentó vivir exclusivamente de su obra… ¿Para qué seguir?
El tenebroso hipersensible. Poe nació en Boston en 1809 y murió en Baltimore en 1849 (apenas cuarenta años de edad). Perdió a temprana edada su padre y madre. La madre (cuya inasible reminiscencia subconsciente no logrará nunca reconstruir) lo “dejó” cuando el niño contaba apenas dos años. En esa edad no se recuerda nada –¿o será que los recuerdos habitan el subsuelo de la conciencia?–.
Por ahí anduvo siempre la imagen de la madre, tan cercana, casi al alcance de la mano, y al mismo tiempo tan lejana. Como el Rosebud de Citizen Kane : mundo pequeñito, cerrado, cercano, pero inaccesible.
Fue recogido –porque nunca fue adoptado legalmente– por la familia de John y Frances Allan, de Virginia. Su imaginación se alimenta de los relatos de terror que los negros, en las plantaciones de algodón, improvisan durante las noches de Luna llena. Se malquista con los Allan, que lo desheredan y ponen de patitas en la calle.
Se enamora perdidamente –¿o “encontradamente”?– de Virginia Clemm, su prima, con la cual se casa cuando esta tiene apenas trece años. La esposa de su alma muere de tuberculosis dos años más tarde. La herida no cicatrizará nunca. Ella es la segunda mujer que lo “abandona”.
Desde entonces, la mujer se confundirá para siempre con la muerte en la imaginación de Poe: llanto infinito por la mujer perdida (Annabel Lee, Ulalume, Morella, Berenice, Ligeia, Madeline Usher). Son diversas y, sin embargo, la misma; multiformes apariciones de la madre que pervive aún y siempre entre los resquicios del recuerdo y el olvido.
Se gana la vida escribiendo artículos literarios en revistucas y periodicuchos que no lo merecen. Nunca logra cristalizar su proyecto de fundar un periódico propio ( The Stylus ): el alcohol, el alcohol, el alcohol, ocasionalmente el opio…
En 1829 surge su primer libro: Tamerlán y otros poemas , luego Cuentos de lo arabesco y lo grotesco , Arthur Gordon Pym (relato al que Julio Verne dar
ía continuación en su conmovedora novela La esfinge de los hielos ). La causticidad de la pluma crítica de Poe no contribuye ciertamente a crearle nuevos amigos: soledad y anhelo infinito de ternura.
En octubre de 1849, alguien encuentra, en una sórdida taberna de Baltimore, a un hombre en harapos, sucio, moribundo. En el hospital, después de larga pesquisa, se determina su identidad: Edgar Allan Poe. Agoniza en pleno coma alcohólico durante dos semanas. “Padre, ten piedad de este pobre miserable”, dice en un último intervalo de lucidez.
Presumiblemente, los “pescadores de votos” lo habían embriagado para hacerlo votar por el candidato de su preferencia, práctica no infrecuente durante las elecciones locales de aquellos tiempos.
Todos los años, un desconocido visita su tumba y deja una botella de cognac y un ramo de rosas rojas sobre la lápida.
Poe y Francia. Poe fue siempre un hombre errante, lo propio de los seres descontentos con ellos mismos, para quienes, “en otro lado, la vida será quizás mejor”. Boston, Filadelfia, Nueva York, Baltimore…, pero una cosa es segura: nunca estuvo en Francia. Sin embargo, su más famoso personaje es francés: el detective Auguste Dupin. Sin él, el riguroso método deductivo –y aun la personalidad– de Sherlock Holmes serían inconcebibles.
Dupin, sofisticado, lacónico, razonador impecable, aparece en tres relatos: El misterio de Marie Roget , Los crímenes de la calle Morgue y el mejor de ellos: La carta robada . Son celebraciones del raciocino puro.
A través del analítico Dupin (como a través del ajedrez, las damas españolas, la criptografía, la cosmología y el mesmerismo), Poe intenta proyectar algo de luz sobre un mundo interno que sabe caótico, oscuro, larval. Invocar la razón deductiva tiene en él un origen existencial, y no es una mera innovación temática.
El cuervo. Charles Baudelaire amó tanto a Poe que en algún momento sostuvo ser su reencarnación, su Döppelganger . Poe y Baudelaire escribieron ambos bajo la misma latitud espiritual. El poeta francés es autor de la primera traducción del obsesionante poema El cuervo … y fracasó. Otro tanto le pasó a Mallarmé. Ello nos lleva al viejo tema de la intraducibilidad de la poesía.
El cavernoso, retumbante estribillo de El cuervo (“quoth de Raven Nevermore”) no tiene equivalente posible ni en francés ni en español (a pesar de la espléndida traducción de Pérez Bonalde).
Baudelaire y Mallarmé se devanaron sus poéticos sesos tratando de encontrar un equivalente francés de la palabra Nevermore . Tenía que evocar la misma sonoridad oscura, contundente, ¡y lo mejor que pudieron encontrar fue “jamais plus”! Así como suena: inadecuadamente grácil y casi melifluo. No es culpa de ellos: en rigor, El cuervo es un poema intraducible, escrito antonomásicamente para la lengua inglesa.
Gracias, maestro. Poe es recordado por haber tenido la valentía de decir lo indecible, por haber dado forma literaria –y a ayudarnos así a domeñarlos– a nuestros más terribles fantasmas. Alguien debía hacerlo, y ciertamente nadie antes de él lo había hecho tan plenamente.
El mundo le teme y lo ama al mismo tiempo: no nos gustan los temas que trata… porque son los terrores reprimidos, la angustia de morir. Su obra no es un elogio a la muerte: es un valiente acto de exorcismo. Si hay un sentimiento definitorio del ser humano, es el terror. Gracias, maestro, por habernos ayudado a descubrirlo.
I lean and loafe at my ease, observing a spear of summer grass.”
“Houses and rooms are full of perfumes—the shelves are crowded with perfumes;
I am certain that it is improper to suspect or concede merits of a literary nature in a man of letters. Truly informed critics never cease to point out that the most forgettable thing about a man of letters is his literature and that he can only be of interest as a human being - is art inhuman, therefore? - as an example of this country, of that date, or of such-and-such illnesses. Uncomfortable enough for me, I cannot share those concerns. I feel that Chesterton is one of the finest writers of our time, not just for his fortunate invention, visual imagination, and the childlike or divine happiness that pervades his works, but for his rhetorical virtues, for the pure merits of his skill.I will say without hesitation that, were it not for Chesterton, Borges would be the light of my literary life, if not philosophically. I have read lines in his prose that have made me cry out to Heaven in gratitude, in a literal and unabashed sense, and this reaction is all too rare from literature nowadays. To borrow the delighted rhetorical exclamation of Eliot Weinberger, "where else can one find Lana Turner, David Hume, and the heresiarchs of Alexandria in a single sentence?" (The sentence itself is found in a frustrated review of a film adaptation of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, which begins with the scandalized declaration, "Holywood has defamed, for the third time, Robert Louis Stevenson;" the film is described as having been "perpetrated" rather than produced.)
Those who have thumbed through Chesterton's work have no need of my demonstration; those who are ignorant of it can look over the following titles and perceive his fine verbal economy: "The Moderate Murderer," "The Oracle of the Dog," "The Salad of Colonel Clay," "The Blast of the Book," "The Vengeance of the Statue," "The God of the Gongs," "The Man with Two Beards," "The Man Who Was Thursday," "The Garden of Smoke." In that famous work Degeneration, which turned out to be such a fine anthology of the writers it tried to defame, Dr. Max Nordau ponders the titles of the French Symbolists: Quand les violons sont partis, Les palaise nomades, les illuminations. Granted that few of them, if any, are provocative. Few people judge their acquaintance with Les palais nomades as necessary or interesting, yet many do with "The Oracle of the Dog." Of course, with the peculiar stimulus of Chesterton's titles, our conscience tells us that these names have not been invoked in vain. We know that in Les palais nomades there are no nomadic palaces; we know that "The Oracle of the Dog" will not lack a dog and an oracle, or a concrete, oracular dog. In like manner, "The Mirror of the Magistrate," which was popular in England around 1560, was nothing more than an allegorical mirror; Chesterton's "Mirror of the Magistrate" refers to a real mirror.... The foregoing does not insinuate that these somewhat parodistic titles indicate the level of Chesterton's style. It means that this style is omnipresent.
At one time (and in Spain) there existed the inattentive custom of comparing the names and works of Gomez de la Serna and Chesterton. Such an approximation is totally fruitless. They both intensely perceive (or register) the peculiar hue of a house, of a light, of an hour of the day, but Gomez de la Serna is chaotic. Inversely, limpidity and order are constant throughout Chesterton's writings. I dare to sense (according to M. Taine's geographical formula) the heaviness and disorder of British fog in Gomez de la Serna and Latin clarity in G. K.