Thursday, July 10, 2008

WALL-E

Una verdadera joya estética - lanacion.com


Una verdadera joya estética







FOTO

Los geniales artistas de Pixar redoblan la apuesta con un film audaz y virtuosoLas desventuras de un robot chatarrero de ojos tristes, en un mundo arrasado por la contaminación


WALL-E (Estados Unidos/2008). Guión y dirección:
Andrew Stanton. Música: Thomas Newman. Edición: Stephen Schaffer.
Diseño de producción: Ralph Eggleston. Producción animada de Pixar
Animation Studios, presentada por Walt Disney Company Argentina en
versión original subtitulada o doblada al castellano. Duración: 98
minutos. Apta para todo público. Previamente se proyecta el
cortometraje Presto (5 minutos).
Nuestra opinión: excelente



Con cada nueva película que realizan, los geniales artistas de Pixar
redoblan la apuesta por el riesgo y la experimentación. Sus películas
son cada vez más ambiciosas desde lo temático, más virtuosas desde lo
narrativo, más espectaculares desde lo visual y, en medio de semejante
búsqueda, el resultado final no se resiente en lo más mínimo. Estos
creadores visionarios en el campo de la animación logran como ningunos
otros combinar la solvencia de un producto pensado para el
entretenimiento masivo con la inteligencia de una reflexión sociológica
bastante provocativa y un enorme lirismo para, en definitiva, llegar
con igual eficacia a grandes y chicos.



Si alguien le contara al padre de un niño pequeño que los dos protagonistas de WALL-E
prácticamente no hablan en toda la historia y que en los primeros 40
minutos del film casi no hay diálogos ni aparece un humano (sólo el
robot chatarrero del título y una única "mascota", que es... ¡una
cucaracha!), ese adulto -con toda razón- dudaría bastante antes de
llevar a su hijo al cine. Pero hay que advertir que esa primera mitad
del film de Andrew Stanton no sólo hace gala de una gran audacia
formal, sino que resulta una verdadera joya estética y dramática en su
descripción de un planeta Tierra, que, en pleno siglo XXIX, se ha
convertido en una viva imagen del apocalipsis: un mundo arrasado por la
contaminación en el que la gente ha sido reemplazada por gigantescas
montañas de basura.


La segunda mitad resulta algo (sólo un poco) más convencional, pero
en otro terreno alcanza cimas poéticas y románticas infrecuentes en el
cine de animación familiar. WALL-E conocerá el romance gracias a una vieja copia en video del clásico Hello, Dolly!
(sí, hay hasta un homenaje al cine musical) y luego se enamorará de
Eva, una robot enviada por los humanos -que se han transformado en
obesos que subsisten completamente alienados e incomunicados en
gigantescas naves, mezcla de cruceros con shoppings, que deambulan por
el espacio exterior- en busca de algún vestigio de vida que permita un
eventual regreso a la Tierra.


Sin obviedades

Con el asesoramiento de Roger Deakins, uno de los más talentosos
directores de fotografía del cine contemporáneo, y con un guión propio
que trabaja con inteligencia y sin obviedades los distintos matices e
implicancias de su historia (desde la denuncia de corte ecologista
hasta la alegoría religiosa, pasando por los abusos de las
corporaciones o el retrato desencantado y al mismo tiempo con cierto
sesgo esperanzador sobre el devenir de la humanidad), el director de Buscando a Nemo construye algo así como la 2001, odisea del espacio
de las películas animadas. Y la referencia al influyente film de
Stanley Kubrick no es antojadiza, ya que aquí los homenajes son varios
y concretos, a tal punto que hasta en la banda sonora se confunden
algunos acordes de la introducción de Así habló Zarathustra , de Richard Strauss. Si algo faltaba para que el disfrute de WALL-E fuese completo, antes de la película se proyecta Presto
, el corto que cada año propone Pixar como complemento de su nuevo
largometraje. Las desventuras de un mago durante una caótica función
por el enojo de su famélico conejo constituyen otro prodigio tanto
desde lo visual como desde lo narrativo. Los dos grandes pilares de una
factoría que no deja de sorprender y que nunca se termina de admirar.



Diego Batlle




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