Wednesday, October 30, 2019

Baobab

Baobab
Oak
Guanacaste Tree
Shadow
Fish
Charlie Tuna

Psalm 44:11
 "Thou hast given us like sheep appointed for meat; and hast scattered us among the heathen."






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Baobab trees live to be very old and grow to be very tall. The Sunland “Big baobab” in Limpopo Province in South Africa reached 22 metres high and 47 metres in circumference before it toppled over in April 2017.







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Puede que de entre todas las reflexiones que nos dejó Antoine de Saint-Exupéry en El Principito, esta, sea sin duda una de las más interesantes. En el libro, el pequeño protagonista arrancaba diariamente las semillas «malas» de su planeta mientras alimentaba y regaba las semillas «buenas». Las malas eran las de baobab, esas que debía eliminar de raíz antes de que destruyeran su mundo desde el interior. Las semillas buenas cómo no, eran los rosales y en concreto esa por la que sentía una especial predilección.














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Guanacaste tree
 s Juntas, Guanacaste. Cuenta una antiquísima leyenda chorotega que en tiempos inmemoriales existió un aborigen que se convirtió en una calamidad para su pequeña aldea. Ese individuo, ansioso por enterarse y divulgar los detalles escabrosos de la vida de los demás, no solo andaba averiguando lo que podía mediante las conversaciones que entablaba sino que se apostaba disimuladamente a oír conversaciones ajenas.
Cuando algunas personas empezaron a cuidarse de decir cosas comprometedoras en su presencia, se dedicó a espiar y escuchar a sus vecinos amparado por la oscuridad de la noche. Algunos llegaron a sorprenderlo viendo por las rendijas de los ranchos o aguzando su oído junto a las paredes de los dormitorios.
Después, apertrechado de chismes, se reunía, en el centro del plaza, con un grupo curiosos maliciosos que le paraban las orejas y después se iban, cada uno por su lado, a divulgar los detalles escabrosos de las vidas íntimas de los lugareños; como suele suceder, sin tomarse la molestia de constatar la veracidad de lo dicho por el chismoso, y más bien agregando pormenores de su propia cosecha. Los detalles divulgados causaban o agudizaban no pocos desacuerdos entre parejas, amigos y vecinos.
Desesperados por las situaciones incómodas que la maledicencia de aquel hablador estaba ocasionando en la comunidad, un grupo de aldeanas convinieron en pedirles a los dioses que los librara de aquel lenguaraz. Durante varias lunas elevaron las plegarias correspondientes y hasta hicieron pequeños sacrificios por ese deseo. Al cabo de pocos días el individuo desapareció; en consecuencia, los aldeanos dieron gracias a los dioses por el favor concedido y siguieron con sus apacibles vidas.
Pero he aquí que uno de ellos, por esos mismos días, advirtió que había brotado en el centro de la plaza (donde se reunían los chismosos) un árbol que crecía inusualmente rápido. De ahí en adelante todos estuvieron pendientes del árbol y se maravillaban al notar, cada mañana, su acelerado crecimiento. Al cabo de doce lunas el árbol había alcanzado el tamaño y la madurez suficiente como para que le brotaran flores y unas pocas semanas después emergieron de ellas los frutos: unas vainas con forma de orejas.
Desde entonces, los aldeanos se reunían bajo su sombra y se dedicaban a chismorrear, confiados en que el paisano, podía oír todo que decían, pero ya no podría llevar los chismes a las orejas inapropiadas.
Tal fue el origen del árbol de Guanacaste.






Shadow Spaces 
Personal Project
Shadow Spaces is a new personal series that studies the relationship between space, form, light and it’s natural counterpart, shadow.




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Chess: "Baobab" "Oak" "Guanacaste Tree" "Shadow" "Fish" "Charlie Tuna"


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El chilamate  
Este hombre vivía en tierra caliente, y el sol arremetía implacable sus llamas contra el patio de su casa. El calor, enfurecido, requemaba la arena metálica y crujía en los tabiques encalados de blanco. Un reflejo de chispa y ardor acuchillaba los ojos. Todavía al atardecer, cuando el sol se corta en los dientes de la sierra, quedaban algunos diablejos de reverberaciones atizando los rescoldos en aquel horno del maldito patio. Pero aquello tenía remedio. El hombre se fue a un chilamatal. Eligió un árbol niño. Lo trasplantó al centro del patio, y esperando pacientemente que creciera para aprovechar la sombra, se hizo viejo. Casi no hablaba con su mujer. Al principio, cuando se la llevó a vivir con él, era bueno y cariñoso; pero, a la par del tiempo, tuvo la sensación de que su mujer... era una vieja de madera; y permanecía viviendo a su lado, áspero y huraño. Ella no protestaba; sin embargo, en su silencio inconforme tenía ganas como de herirlo de algún modo, para desquitarse de su degradación. Bien. Resulta que el chilamate fue tomando altura y el hombre necesitaba que sus ramas se extendieran horizontalmente, para que cubrieran con su sombra el mayor espacio posible de terreno. Entonces podó el árbol y, en consecuencia, en lados opuestos del tronco brotaron dos hermosas ramas como brazos. Por otra parte, el tallo, no se sabe por qué, había crecido como dos piernas apretadas una con la otra. Aquél árbol iba tomando formas escultóricas de mujer. Y he aquí, donde empieza el problema del hombre. Todas las tardes, cuando regresaba de su trabajo, se sentaba a la sombra del chilamate a contemplar la nueva mujer de madera... y terminaba por ponerse a beber vino de coyol. Su compañera lo observaba por entre las rendijas de la cocina, pero nunca decía nada. El hombre sentía sobre él las miradas de su mujer, pero tampoco decía nada. En cierta ocasión oyó decir que la sombra de los chilamates era mala; que hacía daño a quien se sienta bajo su frescura y que producía la muerte con su llanto de la tarde. Él no creyó en aquello, pero siguió bebiendo vino de coyol en la cocina. La mujer se mudó de la cocina a la sombra del chilamate, a tejer canastillas de burío. El hombre contemplaba a la mujer y el árbol, y cuando se le alojaban en la cabeza los vapores del fermento, empezaba su confusión, y ya no sabía cuál era el árbol y cuál la mujer. Se le había hecho un trastorno, y para descifrar aquel embrollo, seguía bebiendo grandes cantidades de vino de coyol. Una noche, el hombre se levantó y pasó su mano callosa sobre el cuerpo del chilamate. Luego la retiró asustado porque había experimentado cierto placer. Se metió
en la casa y le dijo a su compañera que a la mañana siguiente tomaría el tren para San José... Y a la mañana siguiente se marchó. Dos semanas después el hombre volvió a su casa. Aquella huida hacia climas fríos le serenó un poco el espíritu, y le había aplacado la sed de vino de coyol. También estuvo pensando en su mujer con extraña ternura. Fue preciso alejarse unos cuantos días de ella, para descubrir que aún la quería... buena, triste, callada, haciendo canastillas de burío, a la sombra dañina del chilamate. Le llevaba un regalo. Unas lindas argollas de oro. Iba dispuesto a cambiar con ella. Iba resuelto a volverse atento y cariñoso, como había sido al principio, cuando era joven y se la llevó a vivir con él. Algunas veces pensaba también en su árbol, ¡su querido árbol!, al que no permitía que se le tocara ni una hoja... a pesar de que su sombra era mala. Al llegar al pueblo, un vecino le contó que su mujer tenía cuatro días de enterrada. El hombre se sintió herido, entró en su casa y corrió al patio. Estuvo inmóvil... hasta que el sol empezó a cortarse en los dientes de la sierra, dispuesto a vengar a su vieja, con las argollas de oro dobladas en el puño, frente al árbol asesino... Mirando con asombro la asombrosa sombra del chilamate. Después... descolgó el hacha.

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