Golden Gate
Parthenogenesis
Sheraton
Murillo
Prov.24:1
"Be not thou envious against evil men, neither desire to be with them."
"The plum survives its poems." ~~~Wallace Stevens
10. Starting from Paumanok
10. Starting from Paumanok
STARTING from fish-shape Paumanok, where I was born, | |
Well-begotten, and rais’d by a perfect mother; | |
After roaming many lands—lover of populous pavements; | |
Dweller in Mannahatta, my city—or on southern savannas; | |
Or a soldier camp’d, or carrying my knapsack and gun—or a miner in California; | 5 |
Or rude in my home in Dakota’s woods, my diet meat, my drink from the spring; | |
Or withdrawn to muse and meditate in some deep recess, | |
Far from the clank of crowds, intervals passing, rapt and happy; | |
Aware of the fresh free giver, the flowing Missouri—aware of mighty Niagara; | |
Aware of the buffalo herds, grazing the plains—the hirsute and strong-breasted bull; | 10 |
Of earth, rocks, Fifth-month flowers, experienced—stars, rain, snow, my amaze; | |
Having studied the mocking-bird’s tones, and the mountainhawk’s, | |
And heard at dusk the unrival’d one, the hermit thrush from the swamp-cedars, | |
Solitary, singing in the West, I strike up for a New World. |
Chess: "Apple" "Golden Gate" "Parthenogenesis" "Murillo" “mouse”
“Sheraton” “royal purple dye” : Murex:
“Ventura Highway” : “the glorious language and high metaphors of St. Paul” [Walton (“Freeway”)] “Próspero Fernández” “Bernardo Soto” “Florencio del Castillo”
gastropod | |
Definition: | (noun) Any of various mollusks of the class Gastropoda, such as the snail, slug, cowrie, or limpet, characteristically having a single, usually coiled shell or no shell at all, a ventral muscular foot for locomotion, and eyes and feelers located on a distinct head. |
Synonyms: | univalve |
Usage: | The sound of a shell crushing beneath his foot told him that he had just caused a gastropod's demise. |
"Conviene decir lo siguiente: en el inicio de todas las literaturas del mundo, y seguramente en el final, estuvo (o estará) el pensamiento. En el origen del pensamiento, y en su fin, estuvo (y estará) la literatura. En parte, porque toda creación nace de un anhelo secreto que busca introducir arquetipos esenciales; en parte, porque todo pensamiento define su expresión como una necesidad de creación y de unidad preestablecida. Baudelaire, al hablar de la poesía, dijo que únicamente este género otorga a las cosas "l’ecletance verité de leur harmonie native" (la verdad deslumbrante de su armonía nativa). Martin Heidegger (Carta sobre el Humanismo) escribió que "el lenguaje es la casa del ser. En su vivienda mora el hombre. Los pensadores y los poetas son los vigilantes de esta vivienda". Gaston Bachelard, el intuitivo Bachelard, dijo que la poesía "es una metafísica instantánea". Ciertamente, la poesía, género que fue de principio y tal vez lo será de cierre, fue principalmente poesía cosmogónica, teológica y necesariamente filosófica desde su primer momento. La filosofía fue, asimismo, cosmogónica, teológica y necesariamente poética. El poeta era un ser sagrado, alguien capaz de recuperar la virtud mágica del lenguaje, alguien capaz de consolidar una memoria que identificaba proyectos vitales; el filósofo era una suerte de guía infalible, un hombre con el poder de discernir la compleja e intacta condición del vértigo de las cosas en una época en que todo era un dios o un sueño de los dioses." ---
Fernando Báez
Universidad de los Andes
Universidad de los Andes
Hebrews 3:17 “But with whom was he grieved forty years? was it not with them that had sinned, whose carcasses fell in the wilderness? …
lee: the side or quarter away from the direction from which the wind blows…..
Via : “His mind was ever riveted to his profession” [Edward Brenton (“Veracruz”)] remache
Veracruz Beirut verandah “Ventura Highway” : “the glorious language and high metaphors of St. Paul” [Walton (“Freeway”)] “Próspero Fernández” “Bernardo Soto” “Florencio del Castillo”
BORGES Y LA CRÍTICA DE LA RAZÓN SÚBITA (*)
Fernando Báez
Universidad de los Andes
Universidad de los Andes
a
Voy
a comenzar esta charla con la crónica breve de algunos de los mejores
momentos de la historia del espíritu, que aún sigue sin encontrar quién
la escriba. Estos momentos no son otros que los que refieren la relación
clandestina, infiel e indiscreta entre la filosofía y la literatura o,
para decirlo mejor, la revelación literaria de la filosofía o la
revelación filosófica de la literatura en las civilizaciones del
occidente y del oriente. Comprender los pormenores de este proceso es
imprescindible, si lo que nos interesa es asumir con profundidad el tema
de la charla de hoy, tema al que he dedicado doce años de mi vida, el
pensamiento filosófico de Jorge Luis Borges, cuyo centenario celebramos
este año.
Conviene decir lo siguiente: en el inicio de todas las literaturas del
mundo, y seguramente en el final, estuvo (o estará) el pensamiento. En
el origen del pensamiento, y en su fin, estuvo (y estará) la literatura.
En parte, porque toda creación nace de un anhelo secreto que busca
introducir arquetipos esenciales; en parte, porque todo pensamiento
define su expresión como una necesidad de creación y de unidad
preestablecida. Baudelaire, al hablar de la poesía, dijo que únicamente
este género otorga a las cosas "l’ecletance verité de leur harmonie
native" (la verdad deslumbrante de su armonía nativa). Martin Heidegger
(Carta sobre el Humanismo) escribió que "el lenguaje es la casa del ser.
En su vivienda mora el hombre. Los pensadores y los poetas son los
vigilantes de esta vivienda". Gaston Bachelard, el intuitivo Bachelard,
dijo que la poesía "es una metafísica instantánea". Ciertamente, la
poesía, género que fue de principio y tal vez lo será de cierre, fue
principalmente poesía cosmogónica, teológica y necesariamente filosófica
desde su primer momento. La filosofía fue, asimismo, cosmogónica,
teológica y necesariamente poética. El poeta era un ser sagrado, alguien
capaz de recuperar la virtud mágica del lenguaje, alguien capaz de
consolidar una memoria que identificaba proyectos vitales; el filósofo
era una suerte de guía infalible, un hombre con el poder de discernir la
compleja e intacta condición del vértigo de las cosas en una época en que todo era un dios o un sueño de los dioses.
Entre los griegos, por ejemplo, vemos que el primer gran momento de
diálogo entre lo poético y lo filosófico tuvo su origen en el concepto
maravilloso que tenía este pueblo de la verdad. La hermosa palabra
griega para verdad, "alétheia", traducida por cualquier diccionario como
"descubrimiento", procedía del adjetivo "alethés", y éste, a la vez,
derivaba de "léthos" o "láthos", cuyo significado era "olvido". De ahí
que la partícula privativa "a" al principio de la palabra nos diga que
"alétheia" era "algo sin olvido", "algo develado". El poeta podía, por
tanto, y con el mismo rigor del filósofo, indagar la verdad de las cosas
porque lo que hacía era recordar algo que no tardaba en transformarse
en memoria colectiva, si la verdad postulada era, más que verificable,
sustantiva. Lo que diferenció finalmente al poeta del filósofo fue que
el primero no necesitó argumentar con abstracciones sino que creó obras
cuya verdad podía tomarse como una suerte de coartada palindrómica
fulminante.
Hay una broma de Séneca (Ep. LXXXVI,5),
extraña en él, que era propenso al suicidio y a la veneración de lo
insípido, en la que nos dice que todas las escuelas filosóficas de la
antigüedad habían descubierto, tras largos e impostergables
razonamientos, que Homero era un seguidor de sus doctrinas. Sin embargo,
no es justo definir a Homero como un poeta filósofo. No hubo en él
ninguna motivación por persuadir sino por hechizar, como lo dice en la
Odisea (XVII, 518). Quería conmover, distraer y defender un pasado, no
promover un cambio de opinión sobre lo que es la realidad. Hesíodo, en
el siglo VIII a.C., para abolir el culto de Homero, dijo que él sí
proclamaba la verdad, pero su poesía no superó ciertos rezagos
religiosos y preceptivos. En Los Trabajos y los días uno siente,
más que el pensamiento, la justificación de la devoción al trabajo,
cuestión que en un poeta resulta bastante lamentable.
De esa idea de que la literatura puede presentar verdades, nació un
movimiento, el de los presocráticos, que en tres casos muy especiales
modificó para siempre la imagen del poeta. Empédocles de Agrigento,
Jenófanes de Colofón y Parménides de Elea, en el siglo VI a.C.,
hicieron de sus poemas una declaración de causas de lo físico, una
indagación sobre el arjé, el principio del universo. Hoy, al leer en
griego sus fragmentos, que fue lo único que quedó de sus escritos, uno
tiende, como suele sucederme, a asumir la magia del verso desde la
perspectiva iniciática. Todos sus poemas se titularon en forma
idéntica, todos utilizaron el título de Peri Fisis (Sobre la naturaleza),
todos utilizaron el verso hexámetro, que era el verso de los oráculos y
todos manifestaron la realidad de bases supremas del ser como tal. Si
hoy leemos los poemas de Píndaro, de Safo y de Teognis, y nos parece que
son lo mejor que se ha escrito en cualquier lengua, es importante que
pensemos que a un poema como el de Parménides le debemos la metafísica
de los pueblos de occidente, le debemos a Platón, le debemos a
Aristóteles, le debemos a Kant, le debemos a Nietzsche, le debemos a
Heidegger. Nada menos o nada más.
Entre los hindúes, la poesía era un lenguaje cifrado que permitía, por medio de la dhvani, o resonancia, la transmisión de arquetipos o esencias de la realidad. Dhvani
no era el sonido ni el sentido: la palabra daba el sabor de lo
instantáneo, fomentaba un halo sobre los objetos. Una teoría vedanta
recuerda que de los ocho sabores el primero es de la comicidad, que sólo
puede obtenerse si se piensa en el color blanco hasta ver en este color
una emanación demoníaca. De este sabor proceden el ingenio, el ultraje,
la estupidez, la risa y el sueño. Acaso algo de eso hubo en el Mahabharata, que contiene un episodio llamado Bhagavad Gita
(Canto del Señor), en el que un testigo narra a un rey el diálogo entre
Krishna y Arjuna. Esa inefable conversación entre un rey y un dios, es
una de las experiencias filosóficas y poéticas más relevantes que pueda
tener un lector en su vida.
Uno de los más antiguos poemas celtas, que Kuno Meyer (Selection from Ancient Irish Poems,
London, 1911) fecha en el siglo VI, inaugura la literatura irlandesa
con un testimonio célebre en el que Dallan Forgaill agradece al Santo
Columcille su defensa de los filid, una orden de poetas que había sido
acusada de exagerar sus atribuciones políticas en una asamblea del año
575. Herederos de los druidas, los poetas irlandeses no podían llamarse a
sí mismos poetas o filid si no alcanzaban primero la condición de maestros o, como llamaban a éstos, de ollan.
Cursaban doce años de estudio y pasaban de grado. El grado más bajo,
oblaire, sólo permitía el conocimiento de siete historias; el grado más
alto, el de ollam, permitía conocer trescientas setenta historias y
suponía, además, que ya se conocía a fondo la gramática, la mitología,
la topografía y las leyes. Los exámenes era anuales y el aspirante debía
soportar en una celda húmeda y oscura mientras lograba versificar algo
que contuviera todo lo aprendido y que siendo igual a lo mejor de la
tradición, fuese una tradición superior. Estos poetas, a los que se ha
acusado de erudición y pesadez, fueron narradores de temas que resumían
espontáneas y maravillosas concepciones del mundo. La Historia de Tuan Mac Cairill
narra, y vale la pena valorar este texto, cómo un hombre se transforma,
sucesivamente, en ciervo, jabalí, águila y finalmente en salmón, etapa
en la que es capturado por un hombre y devorado entero por una mujer. En
el vientre de esa mujer se vuelve hombre y nace profeta y escribe un
poema que es el que hoy admiramos.
En otras literaturas y otros tiempos, la figura del escritor
filosófico se ha reiterado con frecuencia. En Roma, esa voz es Lucrecio;
en Persia, es Omar Khayam y Farid al-Din Attar; en Italia, es Dante
Alighieri; en Alemania, es Novalis y es Goethe, quien elige en Fausto
y en numerosos poemas olvidarse de ponderar la musculatura de las
metáforas para reproducir una visión del hombre y de la historia que
atraiga por su belleza; en Inglaterra, ese hombre es John Donne y es
Shakespeare; en España, es Francisco de Quevedo; en Estados Unidos, es
Eliot; en Francia, es Voltaire, es Albert Camus, es Jean Paul Sartre, es
René Daumal; en Rumania, es Lucian Blaga; en México, es Octavio Paz; en
Chile, es Humberto Díaz Casanueva; en Argentina, es Borges, el autor
más filosófico del siglo XX.
b
Borges, nacido ochomesino en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899 y
muerto en Ginebra el 14 de junio de 1986, es, como he dicho, el escritor
más filosófico del siglo XX. Me explico: es, por supuesto, un escritor,
pero es también un pensador. Lo que lo distinguió del filósofo
profesional como tal es, quizás, el hecho de que estimaba las doctrinas
en función de intereses estéticos: su epistemología fue, para decir lo
que después voy a razonar, transversal, oblicua. Ante cualquier
malinterpretación de esto, Borges se encargó de advertir: "No soy
filósofo ni metafísico; lo que he hecho es explotar, o explorar -es una
palabra más noble-, las posibilidades literarias de la filosofía" (en
María Esther Vásquez, Borges: imágenes, memorias, diálogos, 1977, p.
107). En otra admonición señaló: "Yo no tengo ninguna teoría del mundo.
En general, como yo he usado los diversos sistemas metafísicos y
teológicos para fines literarios, los lectores han creído que yo
profesaba esos sistemas, cuando realmente lo único que he hecho ha sido
aprovecharlos para esos fines, nada más. Además, si yo tuviera que
definirme, me definiría como un agnóstico, es decir, una persona que no
cree que el conocimiento sea posible" (Ibídem, p. 107). Dijo, para
concluir lo que le parecía un exceso: "no soy un pensador" (en
Conversaciones de J.L. Borges con Osvaldo Ferrari, Tiempo Argentino,
1984). En este sentido, Borges estaba en lo correcto porque para él, un
filósofo era alguien consagrado al pensamiento, alguien como
Schopenhauer, como Kant, como Berkeley.
Hoy vuelve a discutirse si Borges era filósofo o un narrador y poeta
interesado por la filosofía. Antes de una toma de posición caprichosa,
sugiero que leamos su discurso sobre Macedonio Fernández de 1952. En su
alocución, manifestó que "Filósofo es, entre nosotros, el hombre versado
en la historia de la filosofía, en la cronología de los debates y en
las bifurcaciones de las escuelas...". Pero su definición más valiosa es
la que ofreció al decir que Macedonio "fue filósofo, porque anhelaba
saber quiénes somos (si es que alguien somos) y qué o quién es el
universo...". En lo personal, creo que es mejor insistir en que Borges
fue escritor filosófico, un hombre que desarrolla ideas filosóficas
desde una dimensión literaria que relaciona contextos diferentes y
valora lo fantástico de una creencia antes que su verdad ontológica. En Magias Parciales del Quijote
(incluido en Otras inquisiciones, 1952), escribió: "Las invenciones de
la filosofía no son menos fantásticas que las del arte...". En la reseña
de un libro sobre la muerte, publicada en Sur en 1943 y colocada en las
reediciones de Discusión, admitió que la antología de la
literatura fantástica que había compilado estaba incompleta por no haber
incluido las creaciones de la filosofía: "¿Qué son los prodigios de
Wells o de Edgar Allan Poe --una flor que nos llega del porvenir, un
muerto sometido a la hipnosis--confrontados con la invención de Dios,
con la teoría laboriosa de un ser que de algún modo es tres y que
solitariamente perdura fuera del tiempo? ¿Qué es la piedra bezoar ante
la armonía preestablecida, quién es el Unicornio ante la Trinidad, quién
es Plinio Apuleyo ante los multiplicadores de Buddhas del Gran
Vehículo, qué son todas las noches de Sharazad junto a un argumento de
Berkeley?...". La originalidad de Borges como escritor consistió en que
logró percibir la relación fructífera entre el pensamiento y las letras
como ningún escritor había podido hacerlo antes. Al justificarse por su
afición a temas metafísicos, expresó que "lo que suele ser un lugar
común en filosofía puede ser una novedad en lo narrativo" (Antonio
Carrizo, Borges el memorioso, México, 1982).
Pero que no haya sido un filósofo en el sentido profesional o
tradicional del término, no nos impide que estudiemos sus aportes a la
filosofía, que los hizo y en gran número. Borges estaba animado por el
deseo de presentar metáforas de contenido filosófico. Buscaba sugerir
misterios; no explicarlos. Dunraven, personaje de Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto (incluido en El Aleph),
dice en alguna parte que "la solución al misterio es inferior al
misterio". Borges, con esta frase, ha dado a entender lo que lo separaba
del filósofo que se obstina en cerrar un argumento. Por una parte, su
propósito fue el de introducir al lector en los temas que han hecho la
gran filosofía: el tiempo, el azar, la muerte, la identidad. Su
principal logro, en este particular, tal vez haya sido animar a miles de
lectores a adquirir consciencia de problemas de la filosofía que de
otro modo les hubieran sido ajenos. Por otra parte, su actitud ante los
problemas filosóficos es un legado memorable: no deja, ciertamente, un
sistema nuevo. No inventó ni cambió las leyes de la lógica. No dejó una
teoría del Ser o del Ente. No modificó las líneas epigonales de la
filosofía. Pero en un panorama filosófico que caracterizado por el
agotamiento de los modelos epistemológicos, por la liquidación del
historicismo, la confusión del subjetivismo y la proliferación de
filosofías de acción y valoración ética, Borges ha logrado recordar a
los pensadores de oficio que el estilo de pensamiento es el resultado de
una convicción. Al restar valor a la filosofía como dogma que permite
entender el universo por completo, ha constituido un nuevo camino que
impone la reconsideración de viejos problemas olvidados.
c
El amor por la filosofía le vino a Borges de su padre. Muy pequeño,
mucho antes de leer los fragmentos de Zenón de Elea, autor de argumentos
como el de Aquiles y la Tortuga, fue invitado por su padre, Jorge
Guillermo Borges, a comprender las paradojas en un tablero de ajedrez.
Asimismo, escuchaba hablar de Platón y de razonamientos analizados con
enorme sencillez. Durante su permanencia en Europa, Borges aprendió por
sus propios medios alemán, lengua que dominó en lo escrito y poco en lo
oral, según el testimonio de quienes lo conocieron. Influido por Thomas
Carlyle, cuyo Sartor Resartus había convertido en un fetiche, quiso comenzar con la Crítica de la Razón Pura
de Kant, obra que, obviamente, lo derrotó de inmediato. Los períodos
largos y la dificultad de lectura de ese tratado le hicieron pensar que
sería mejor intentar con filósofos dotado de mayor poder de escritura.
Leyó entonces a Friedrich Nietzsche, que supuso el acceso a la doctrina
del Eterno retorno, y a Arthur Schopenhauer, cuyo libro central, El Mundo como voluntad y representación,
citó cientos de veces en sus escritos toda su vida. En un ensayo largo
que publiqué hace ya tiempo me atreví a probar que la mayor parte de sus
conocimientos filosóficos procedía del Diccionario de Filosofía de Fritz Mauthner. Me apoyé en el prólogo de Artificios,
fechado en 1944, donde Borges comparó, como uno de sus autores
predilectos, a Mauthner con De Quincey, Stevenson, Chesterton, Shaw y
León Bloy. La influencia de Mauthner hizo que Borges sintiera
continuamente la presencia de temas estudiados por el alemán en sus
principales libros. Podemos encontrar, por ejemplo, la interpretación
temporal del lenguaje en un relato como Pierre Menard, autor del Quijote; en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius estaría presente la Sprachkritik, por la discrepancia entre lenguaje y realidad; en Emma Zunz se expondría la Wortaberglaube o superstición de la palabra, creencia que respaldaría la existencia de una palabra por la existencia de un objeto; en Tema del traidor y del héroe se impondría el mismo aspecto; en Tigres azules estaría la tesis mauthneriana de la insuficiencia lógica del lenguaje; en El otro, se vindicaría la naturaleza metafórica de todo lenguaje; en El inmortal se defendería el poder arquetipal sobre los procesos mentales individuales y en El Congreso, el relato más ambicioso de Borges, se probaría la arbitrariedad de los sistemas de clasificación lingüística.
Otros pensadores le interesaron: Platón, Aristóteles, Plotino. Alguna
vez debió estudiar griego para leerlos, pero no pasó de las
declinaciones, cuya música debió maravillarle. En latín, aunque con la
ayuda de versiones en inglés y español, leyó a Séneca. Sabemos que no
pudo comprender a Hegel y que detestaba a Heidegger, al que atribuyó la
invención de un dialecto del alemán y al que despreció por nazi. En
cambio, reivindicó los olvidados nombres de George Berkeley, David Hume y
Francis Bradley, cuyos libros encontró en la biblioteca de su padre en
inglés. Sintió enorme atracción por Bertrand Russell y por Alfred North
Whitehead. Su pasión por Spinoza lo llevó a querer escribir un largo
ensayo sobre este filósofo, pero lo detuvo la sospecha de que no "podría
explicar a otros lo que yo mismo no puedo explicarme". En los dos
poemas que le dedicó (insertos en El otro, el mismo, 1964, y en La
moneda de Hierro, 1976), inistió en su condición de judío obsesionado
por labrar "a Dios con geometría delicada". En lengua española, leyó
mucho a Miguel de Unamuno en su juventud, aunque terminó por aborrecerlo
por apoyar la tesis de la inmortalidad de los hombres, que siempre le
pareció una idea aterradora. A José Ortega Y Gasset lo adversó con el
secreto odio que suele tener la gente por los conventos y por los libros
que enseñan algo. Me he preguntado muchas veces por qué lo odió tanto y
por qué dijo que Ortega debió alquilar un escritor para que le
redactara los libros porque no sabía cómo hacerlos. Para la fecha de
hoy, sólo puedo suponer que le irritaba la petulancia del español y que
estaba prejuiciado por su amistad con Rafael Cansinos Asséns, enemigo
mortal de Ortega.
Hay mucho en Borges de la filosofía oriental y judía. Del Budismo le
atrajo la idea del infinito. Kant dijo, al describir las antinomias, en
la Crítica de la Razón Pura, que la mente humana concibe
equívocamente un tiempo sin principio ni fin. El, por el contrario,
admiraba esa posibilidad de lo interminable, que hacía de las fechas
algo menor. De los judíos, tomó la cábala, palabra que etimológicamente
es "tradición" y que puede resumirse como un intento de adivinar por
medio de la escritura sagrada de la Biblia los secretos del universo, la
fuente original del ser.
Se han hecho intentos por determinar qué tendencia profesó Borges como
escritor filosófico. Jaime Rest ha escrito que Borges era un autor
nominalista; Juan Nuño ha preferido convertirlo en un seguidor del
platonismo; Ana María Barrenechea lo consideró siempre un panteísta
nihilista, en tanto Jaime Alazraki lo creyó un panteísta spinoziano. En
lo personal, prefiero, como lector, creer que Borges no fue adepto de
ninguna de estas vías; su camino me parece tan particular, que dudo que
tuviera el descaro de admitirse dentro de una concepción del universo
sesgada. Su camino fue otro: si hemos de clasificarlo, es oportuno no
desconocer que a él le gustaba, como a Lewis Carroll y a Chesterton,
razonar paradojas, crear situaciones intelectuales de desconcierto,
vindicar lo extraño. A partir de esto, escribía. Lo que le fascinaba de
una doctrina eran sus posibilidades literarias, como lo he comentado
ya. Cualquier pensamiento que le despertara una sensación de felicidad
lo hacía suyo. Además de esto, recordemos que Borges no es filósofo
porque haya querido construir un sistema real de explicaciones. En Avatares de la tortuga (incluido en Discusión)
escribió: "Es aventurado pensar que una coordinación de palabras (otra
cosa no son las filosofías) pueda parecerse mucho al universo". Creía
que el filósofo, para adaptar los hechos a su sistema, debía hacer
trampas con las palabras. Eligió, por esa misma razón, resistir la
tentación de declararse partidario y, con contradicciones o sin ellas,
veneró el poder creativo de la filosofía. Sin embargo, es obvio que de
todas las posibilidades de la filosofía, la que le produjo el mayor
desconcierto y agrado fue el idealismo. En esto, siguió fiel a sus
primeras lecturas, que fueron las últimas, recomendadas por su padre y
por el amigo de éste, que luego fue su mentor, Macedonio Fernández.
Borges comenzó plagiándolo; lo hizo suyo, lo devoró y lo convirtió en un
personaje borgiano, como hizo con todo lo que tocó.
Para entender cómo lo afectó el idealismo, quiero examinar atentamente
uno de sus mejores cuentos, el que suelo releer con mayor frecuencia. Me
refiero a Tlon, Uqbar, Orbis Tertius, y está en El jardín de senderos que se bifurcan.
Borges en ese texto simula que después de una conversación con su amigo
Bioy Casares, en la que éste le ha dicho que los heresiarcas de Uqbark
condenan los espejos y la cópula porque multiplican el número de los
hombres, se entrega a la búsqueda desesperada de la enciclopedia que
contiene esa información. La obra en cuestión es la Angloamerican
Cyclopaedia, pero para vergüenza de Bioy, el tema de Uqbar no aparece en
el libro que ambos consultan. El examen minucioso de la enciclopedia y
la visión de un Atlas hacen creer a Borges que Bioy lo ha inventado
todo, pero un día después recibe una llamada de su amigo para
confirmarle que sí existe esa noticia histórica. Se trata de la misma
enciclopedia, pero con páginas misteriosamente añadidas. Pasa el tiempo y
Borges nos dice que encontró un volumen titulado A First Encyclopaedia
of Tlon. Vol. XI, sin indicación que precisara la fecha y el lugar de
edición. Inmediatamente percibe que todo no es otra cosa que una vasta
conspiración de una sociedad secreta que intenta traer a este mundo, la
pesadilla de otro mundo, en forma progresiva, de tal modo que en el
futuro todos estén preparados para aceptar las condiciones del nuevo
universo, llamado Tlon. Borges, emocionado por esa perspectiva, describe
la filosofía idealista y el alfabeto de Tlon. En su lengua, no hay
sustantivos sino verbos impersonales porque la filosofía de ese mundo
niega una realidad estable y formula un mundo sin sustancias. Nadie
puede decir: "Luna", sino algo así como "luneció". La literatura de
Tlon, nos dice, es consecuente con esos principios: "Hay poemas famosos
compuestos de una sola enorme palabra". Se admite que el sujeto del
conocimiento es uno solo y eterno, por lo que no tiene sentido hablar de
autores. Nadie firma los libros. Un libro de argumentos trae
necesariamente su contraargumento. Los tlonianos no buscan la verdad de
las cosas sino el asombro. "Juzgan, nos comenta Borges, que la
metafísica es una rama de la literatura fantástica". Al presentarnos el
horror de este mundo, Borges reivindica incompletas las tesis de George
Berkeley, según las cuales lo que existe, existe porque lo percibimos.
De ahí que nos asegure que hay umbrales que sólo existieron mientras un
mendigo los visitó y que unos pájaros han salvado de la nada las ruinas
de un antiguo anfiteatro. El futuro, debido al poder irresistible de
estas concepciones, será absolutamente tloniano: "Entonces desaparecerán
del planeta el inglés y el francés y el mero español".
En este cuento, el protagonista obvio es el pensamiento mismo
confrontado en sus posibilidades dialécticas. El narrador es apenas un
testigo de la presencia de algo externo que lo desborda. Explora decenas
de temas, pero el más interesante es el de la realidad sometida por el
libro como arquetipo. Borges ha imaginado un libro que borra el pasado y
crea el futuro. Recupera, igualmente, la utopía fantástica de tono
irónico. En todo momento, el relato está el orden de los textos de
Jonathan Swift, cuyos Viajes de Gulliver siempre fueron gratos a Borges. Asimismo en los de Voltaire.
Guillermo Sucre (Borges el poeta,
Caracas, 1967) ha escrito que Borges es, como Mallarmé y Valery, un
poeta de poetas, alguien sagrado que indaga en los arquetipos, en las
formas esenciales del mundo. Borges, ciertamente, al igual que en sus
relatos y ensayos, compuso una poesía filosófica que valora mitos
intactos de la cultura humana y restituye su fascinación mágica. He
observado que Borges rechazó la escritura de poemas basados en el
esquema de Edgar Allan Poe, es decir, poemas predeterminados
intelectualmente. Pero sus poemas no nacieron de una sensibilidad
incentivada sino de un círculos feroz de lecturas o de motivos que
universalizan, que hace intemporales los orígenes singulares del texto.
Toda realidad se vuelve texto en Borges: lo repentino, lo descomunal, lo
incongruente, toma en sus manos un sentido selectivo y simétrico El
verso de Borges rescata el enigma, la conjetura metafísica, diluye la
realidad por medio de un enlazamiento de imágenes y metáforas
prodigiosas que celebran e insisten en desacralizar la condición
materialista de las cosas. Neruda y Francis Ponge pudieron versificar el
poder natural de las cosas; Borges, la irrealidad de las cosas, la
posibilidad de que las cosas sean apenas un alfabeto extraño de un libro
mayor, el Universo:
"Todas las cosas son palabras del
idioma en que Alguien o Algo, noche y día,
escribe esa infinita algarabía
que es la historia del mundo".
idioma en que Alguien o Algo, noche y día,
escribe esa infinita algarabía
que es la historia del mundo".
La poesía de Borges es una poesía sin mayores novedades formales; es,
en cambio, una poesía de hallazgos literarios, que asocia y mixtifica,
que relaciona lo exotérico y lo esotérico, que reivindica ámbitos
contingenciales del ser y de la existencia y que incorpora lo exótico
(lo nórdico) y lo criollo para imponer un ars poética sugerente. Borges
hizo literatura al filosofar y filosofó al hacer literatura. Lo suyo es
la hipóstasis de la literatura. Sus temas, al igual que en sus cuentos,
fueron la muerte, el Tiempo, la ética, la identidad personal. Al hablar
de la ceguera, por ejemplo, apunta hacia perspectivas gnómicas.
En el Poema de los dones y Otro poema de los dones
está, a mi juicio, el mejor Borges poeta. Los dones que agradece en
mayoría son los libros. Dice en el primer poema: "Yo, que me figuraba el
Paraíso / Bajo la especie de una Biblioteca". En el segundo da gracias:
"...por la razón, que no cesará de soñar / con un plano del
laberinto...Por Schopenhauer, / que acaso descifró el universo...Por el
último día de Sócrates...Por Verlaine, inocente como los pájaros...Por
Séneca y Lucano, de Córdoba, / que antes del español escribieron / toda
la literatura española...Por la tortuga de Zenón y el mapa de
Royce...por el lenguaje, que puede simular la sabiduría...por Whitman y
Francisco de Asís, que ya escribieron el poema...por el sueño y la
muerte, / esos dos tesoros ocultos, / por los íntimos dones que no
enumero, / por la música, misteriosa forma del Tiempo...". En el buen
poema, cada palabra mira de frente al lector. En estos y otros poemas de
Borges, se siente no que se nos da algo nuevo sino que se participa en
el recuerdo de algo memorable que hemos ignorado. Como en el caso de las
grandes ideas filosóficas, que suelen ser preguntas y no respuestas que
descubrimos como una parte de nosotros olvidada. Borges escribió en el
prólogo de La rosa profunda (1975) que: "La misión del poeta
sería restituir a la palabra, siquiera de un modo parcial, su primitiva y
ahora oculta virtud. Dos deberes tendría todo verso: comunicar un hecho
preciso y tocarnos físicamente, como la cercanía del mar". En su propia
poesía, hay que decirlo, consiguió que pensamientos antiguos y extraños
se transformaran tocando a los lectores físicamente. De todos los
poetas que he leido en mi vida, Borges es el único que ha logrado
crearme convicciones de liberación por medio de la magia de ciertos
versos. Su máxima realización es, sin duda, haber entendido que la
verdad emocional es un fin y no un medio en el poema.
d
Para terminar, quiero recordar una lectura. Desde hace años releo sin
cesar y sin darme explicaciones de por qué o cuándo un texto de la
tradición Zen. Escrito por Sian Ien, patriarca, no tiene título y puede
resumirse en muy breves líneas, aunque sus aspectos esenciales contienen
diálogos inagotables y consecuencias paradójicas. Lo que sucede es
esto: un hombre, manco de ambos brazos, cuelga de la rama de un árbol al
borde un abismo. Inexplicablemente, se sujeta con los dientes y sabe
que no hay nada ni nadie que pueda ayudarlo. Ni una piedra ni una mano
amiga. El hombre cuelga desde hace años y sólo la fuerza de su voluntad
lo mantiene vivo. Ni el tiempo ni el cansancio lo perturban. Tal vez ya
conoce el color del silencio. En algún momento (si ésta es la palabra
que conviene), otro hombre que lo observa desde lo alto del precipicio
le pregunta: «¿Qué significa la llegada del Bodhidharma"?. El problema
es serio: si responde y salva el espíritu de ese hombre que necesita
orientación, cae al abismo. Si no responde, es posible que el otro
hombre, ante su indiferencia, sienta el vacío, se arroje y con este acto
lo condene para siempre haciendo inútil su sacrificio. ¿Qué puede
hacer? Siglos enteros han alargado o acortado esta historia. Ha sido
tomada como koan, un documento problemático que intenta
ridiculizar el razonamiento para confundir y llevar a alguien hasta el
satori directo. Lo natural, entonces, es que quien medita bajo tal
estado de tensión sepa que ha habido un cese total y liberador que
produce una alegría indescriptible.
Recuerdo este viejo texto Zen porque la obsesiva, desmesurada y
visionaria obra de Jorge Luis Borges tiene algo de ese excéntrico koan.
Sus Obras Completas, que, por paradoja, son año tras año más
incompletas debido a las compilaciones de inéditos que aparecen, suponen
una lectura sinuosa y más que una compilación son un manual de enigmas
que revelan diversos aspectos del mundo en la misma medida que nos
confunden por suponer una crítica de la razón súbita. Borges,
obsesionado con los laberintos y los espejos, preparó sus Obras Completas como
si se tratara de una galería laberíntica proclive a los reflejos
infinitos: se repiten las metáforas, los temas, líneas enteras en un
ensayo o relato, se tergiversan datos, se crean autores y libros
imaginarios, en fin. La imagen final que produce este libro es la de que
el universo está en sus páginas y que acaso La Biblioteca de Babel,
uno de los cuentos incluidos, es apenas la biografía secreta del lector
que intenta aproximarse a sus líneas, a la búsqueda de claves que todo
lo justifican o explican.
(*)
Conferencia dictada en la sede de la Asociación de Profesores de la
Universidad de Los Andes el día 17 de septiembre de 1999.
© Fernando Báez 2002
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