Thursday, September 3, 2009

Borges en Francia y Francia en Borges

Tomato in a green whirl (Red / Green)
This week's Creative Challenge: Contrasting Colors Winner.

BORGES – FRANCIA
IV Coloquio Internacional de Literatura Comparada

Buenos Aires, Universidad Católica Argentina,
2, 3 y 4 de Septiembre de 2009



Problemática

Mencionar la antipatía de Borges hacia la cultura francesa es un lugar común; sin embargo la abundancia de referencias en su obra sugiere una posición a un tiempo ambigua y productiva. Borges define a Rimbaud como un artista en busca de experiencias que no logró; a Breton, como el artífice de manifiestos caudalosos y de prosa rimada; a Baudelaire, poeta de “almohadones y muebles”, como “la piedra de toque para saber si una persona es un imbécil”. Finge también desconocer a los teóricos. Le preguntan sobre Saussure y contesta: “El nombre me suena, aunque menos que Chaussure y Saucisse”. A Sartre, que se le acerca para decirle que lo leía y que lo había publicado en Les temps modernes, le replica que lamenta no conocer su obra. Algo parecido sucede con Derrida. Ironiza también sobre la literatura francesa en su conjunto, que describe como una “red de escuelas, manifiestos, generaciones, vanguardias, retaguardias, izquierdas o derechas, cenáculos y referencias al tortuoso destino del capitán Dreyfus”, por lo que el historiador de la literatura “tiene que definir escritores que han pasado la vida definiéndose” pues “no hay literatura más self-conscious que la de Francia”. Vanidad, premeditación, dependencia de la tradición crítica, son los reparos más frecuentes hacia las letras francesas. Pero entonces ¿es posible un congreso sobre Borges y Francia que no se reduzca a la historia de un fastidio?
Primera pista: el arte de la injuria de Borges recuerda el de un francés, Léon Bloy, que llamaba a Zola “el cretino de los Pirineos”, a Huysmans y a Bourget “eunucos” y a Edmond de Goncourt “el ídolo de las moscas”. Segunda pista: Borges no solo se burla de las “supersticiones” de Francia; también de las alemanas, de las inglesas, de las argentinas, de las españolas. Tercera pista: nadie discute que a la frase “no hay literatura más self-conscious que la de Francia”, hay que agregar “salvo la del propio Borges”. Pese a su declarada vinculación con Inglaterra, la figura de escritor que Borges representa se acerca al homme de lettres francés, tal como lo encarnaron Flaubert o Valéry, tal como lo representó el satírico Pierre Menard.
No es casual, en este sentido, el papel determinante que juega Francia en la difusión de la literatura de Borges, que es como el reconocimiento de un pariente. A Borges le gustaba manifestar una actitud de sorpresa, tal vez calculada, ante la recepción de los franceses: el vínculo sería casual, un lazo no buscado que otros promovían. Ricardo Güiraldes y Valéry Larbaud son sus intermediarios; Néstor Ibarra y Paul Verdevoye lo traducen tempranamente; Roger Caillois lo “inventa” al publicarlo en la colección “La Croix du Sud” de Gallimard; la crítica amiga lo instala con el Cahier de l’Herne (1964) y lo consagra con la inclusión (en vida) en la colección de la Bibliothèque de La Pléiade en 1986. Pero este proceso de recepción es sin duda más amplio e insistente que la conspiración chica que Borges evocaba. Entre l’Herne y la edición del segundo tomo de las Œuvres Complètes (1998), pasando por las traducciones parciales, las entrevistas, las reflexiones de Foucault, Derrida, Genette, Lafon o Blanchot, la cultura letrada de Francia entabló con Borges diálogos ricos y complejos que este congreso se propone investigar.
Ahora bien, ¿qué diálogos entabló Borges con Francia? Un repaso de su formación y de su obra ofrece algunos indicios. Si la infancia de Borges transcurre en una biblioteca con ilimitados libros ingleses, la adolescencia es el aprendizaje de Europa a través de la Suiza francófona. El Collège Calvin, el epistolario con Abramowicz, la memorización de Les Fleurs du Mal o de “Le bateau ivre”, la escritura de poemas à la Verlaine, su primera reseña (sobre libros españoles pero en francés), las lecturas de Romain Rolland y Henri Barbusse, conforman el retrato del artista adolescente y la particular mitología de un Borges francófono. Este capital simbólico había de resultar valioso en un país latinoamericano como la Argentina, cuya clase letrada recurrió históricamente a Francia para emanciparse de España. Desde una perspectiva literaria, el romanticismo, el modernismo – esas dos “revoluciones” estéticas del siglo diecinueve – son impensables sin Francia; algo similar cabe decir de nuestro realismo finisecular. La presencia francesa en la cultura argentina se ha convertido en un topos que la crítica ilustra con anécdotas (Je t’écris en français parce que je suis pressée, habría escrito Victoria Ocampo en un momento de abandono) o con simples estadísticas de autores publicados, reseñados, traducidos, imitados o invitados ; una lista de los autores que el mismo Borges reseña o simplemente consigna en la página de “Libros y autores extranjeros” en El Hogar a partir de 1936 sirve, de hecho, como otra muestra del fenómeno.
Que Borges se identificara públicamente con el linaje familiar inglés, que adoptara a Inglaterra como amigo preferido en la división internacional de tutelajes, no está desvinculado de la hegemonía cultural francesa en la Argentina. Es una identificación cargada de estrategia, diferenciadora, intencional: su caricatura de Francia no debe poco a cierta retórica nacional de Inglaterra, recelosa de teorías, dogmas y derechos universales. Pero en privado, como hace poco reveló el póstumo Borges de Bioy Casares, las opiniones se atemperan, se relajan (“En Proust siempre hay sol, hay luz, hay matices, hay sentido estético, hay alegría de vivir”) y dejan ver un conocimiento extensivo de la cultura francesa y un diálogo permanente con su tradición. Fue el comparatista belga Paul De Man quien sugirió leer los textos de Borges en la tradición del Candide de Voltaire. Y efectivamente, la ficción filosófica, el conceptismo irónico que deriva en comicidad, esa fascinación por el heroico saber enciclopédico y sus farsas, a las que Flaubert consagró su última novela, ligan a Borges con el Siglo de las Luces. Con Francia Borges también dialoga a propósito del estilo; y aquí, a Voltaire y a Flaubert se suma el expatriado Paul Groussac, quien “juzgaba que el francés, a lo largo de las generaciones, ha sido más trabajado que el castellano y que debía ser su modelo, así como lo fue el latín, en el siglo XVII, para Quevedo y Saavedra Fajardo.” Por intermedio de Groussac, Borges habría aprendido a reconocer y cultivar “la economía verbal y la probidad que son características del francés”. Más allá de los rastros evidentes y de las influencias posibles, apenas se ha explorado qué marcas de Francia, qué usos de sus textos, hay en Borges.
Borges en Francia y Francia en Borges: estos dos campos de interrogación ya son complejos, aunque no agotan los temas que supone estudiar el vínculo. En efecto, se lo puede inscribir en un plano de consideraciones más amplias, propias de una historia comparativa de las letras: la historia de la escritura y la retórica, las tradiciones críticas, las poéticas (romanticismo, realismo, simbolismo, vanguardias), las disputas ideológico-políticas (nacionalismo, pacifismo, fascismo), la relación con los contextos (guerras mundiales, políticas de difusión cultural). Aunque estos ejes involucren a otros actores, también son consustanciales al territorio Borges-Francia, que este congreso propone explorar.

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