Tuesday, February 28, 2012

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Popeye
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Rom.11:22  
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 "The radiance of the first plum blossoms could banish winter from her bones." --- Oliver Statler

El rey y el muerto

Cuentos de un vetala

El rey y el muerto Viejos ‘cuentos de misterio’ de la India nos enseñan nuevos asombros de la literatura


José Ricardo Chaves jrchavesp@aol.com 12:00 a.m. 26/02/2012





 
Uno de los primeros traductores al inglés de la famosa colección de cuentos de las Mil y una noches fue el capitán Sir Richard Francis Burton (1821-1890), notable geógrafo, linguista, viajero y orientalista de su siglo, tan admirado por Jorge Luis Borges que lo incluyó en su Antología de la literatura fantástica.

Llama la atención que Burton sea también uno de los primeros traductores a su lengua de una celebrada colección de cuentos hinduistas –ya no árabes– titulada Las veinticinco historias del vetala, puestos por escrito en lengua sánscrita no antes del siglo XI, pero que ya circulaban en forma oral desde mucho tiempo atrás.
Del sánscrito pasó a otras lenguas de la India y de más allá, como al tibetano y al mongol. Todo esto habla de un creciente y permanente prestigio de la colección a lo largo de los siglos en términos de oralidad, escritura, traducción y lectores en Asia, proceso que en el siglo XIX alcanzó a la Europa orientalista con la versión de Burton de 1870 bajo el título Vikram y el vampiro o cuentos de brujería hindú.
En cuanto al español, hubo que esperar a 1980 para su primera traducción íntegra (no del sánscrito, sino de la versión al francés hecha por Louis Renou), y aguardar hasta 1997 para conocer la versión de Burton. Seguimos sin tener en español una traducción directa desde el sánscrito.
Del vetala visto como vampiro por la Europa gótica. Con referencias de exotismo y misterio, dicha colección comenzó a circular en Europa más allá de los círculos estrictamente académicos pues Burton le dio cierto giro literario y, para empezar, no tradujo la colección completa de veinticinco relatos, sino apenas once, con la idea de que la traducción fuera más interesante en forma abreviada.
Con Burton comenzó en Occidente la asimilación del vetala de la mitología india al vampiro occidental, tan en boga en el siglo XIX, cuando se tradujo el texto que, si bien llegó a su esplendor literario con el Drácula de Bram Stoker en 1898, ya tenía varias décadas de andar sobrevolando la narrativa gótica y romántica.
No obstante, en su contexto hindú, el vetala no es un ente chupasangre, si bien es una clase de ser siniestro pues está asociado a un cadáver que, por un procedimiento mágico o por posesión directa, es vuelto a la vida y dotado de movimiento. No es el muerto el que se apodera del vivo, sino al revés.
Más allá de la (mala) elección hecha para traducir vetala (como ‘vampiro’, ‘zombie’ o ‘espectro’), llama la atención que el concepto clave para entenderlo está en la reanimación de un cadáver, ya por obra de ese ser demoniaco de la corte de Shiva que es un vetala, o bien por un yogui capacitado que, gracias a su práctica ascética, desarrolla el poder extraordinario para hacerlo y, así, en caso de urgencia, para tomar otro cuerpo con pérdida del actual, por enfermedad o accidente.
De tal modo, vetala implica tanto un tipo de ser extraordinario, cadavérico pero animado, más que maligno, malicioso, o bien, un poder que es consecuencia de la práctica yóguica.
Las frutas del yogui. La estructura de la colección está dada por un prólogo, veinticuatro cuentos y un epílogo, cuya resolución constituye la historia vigesimoquinta. Sobre el trasfondo mitológico tántrico, se mezclan lo fantástico, lo sobrenatural y lo grotesco, en un contexto de verosimilitud.
El prólogo cuenta de un yogui que día tras día ofrece al rey Vikram una fruta en su corte, que este agradece pero luego desdeña arrojándola lejos de él.
Con el tiempo, tras haber partido la fruta para darla a uno de sus monos y luego de haber hallado una joya en su interior, Vikram descubre que todo el lugar oscuro donde había arrojado las anteriores frutas estaba lleno de piedras preciosas entre cáscaras podridas y con algunos gusanos.
El rey inquiere al yogui sobre tan gran generosidad, un tesoro en piedras incluso para el monarca. ¿Cómo puede agradecérselo? Responde que por su participación en un ritual privado para que el yogui pueda adquirir cierto poder oculto, que es lo más valioso para él, no esa vana pedrería.
El buen rey acepta el pedido y, según acuerdo, en una noche oscura va más allá del bosque, hacia un campo de osarios y piras mortuorias, con cuerpos abandonados al apetito de las fieras, donde se celebrará la ceremonia.
Una vez allí, el yogui le advierte que se requiere la ayuda de un vetala, cuyo cadáver poseído se encuentra colgando de un árbol, no muy lejos, cual murciélago. Lo primero por hacer es ir al árbol, bajar al cadáver vetálico de la rama en la que cuelga, echárselo al hombro pues el vetala no se mueve ni camina por ahora, quizá siga débil, y traerlo.
Eso sí: el ente habla y habla y habla a lo largo del recorrido; esto es, va contando las historias, y entre una y otra retorna al árbol original.
Como puede apreciarse, no hay un marco de ocio y placidez para ponerse a decir cuentos, sin importar si la muerte amenaza, a la inversa de lo que ocurre con Scherezada en las Mil y una noches.
El silencio triunfal del rey. Previamente, el vetala ha advertido al rey que, tras cada historia narrada, hará una pregunta. Si Vikram responde impulsado por la astucia o la vanidad –lo propio de un político–, entonces él se alejará rápidamente y volverá a colgarse de la rama, de donde el rey deberá bajarlo veintitantas veces, incapaz de controlar su lengua y no contestar al vetala, hasta que, sumiso, no responde, conquista el silencio. Para nosotros, lectores, el triunfo de Vikram es nuestra derrota pues con éste acaba la sucesión de historias.
El silencio del rey (más su tranquilidad y contento) es lo que detiene el samsara discursivo del vetala, su ciclo de renarraciones y reencarnaciones, quien, satisfecho por la victoria, le dice cómo evitar la muerte que le tiene preparada el yogui siniestro tras haberle entregado el cadáver habitado.
El ciclo termina con la historia en la que el rey es personaje de su propia narrativa, ya no sólo quien carga al hombro al narrador. La argucia planeada por el vetala y ejecutada por el rey termina en éxito: en lo inmediato, la decapitación del yogui siniestro, el verdadero villano de la historia; más allá: su triunfo político y material, en esta vida, y la unión espiritual con Shiva después.
Cabezas cambiadas. La recepción inicial de dichos cuentos en Occidente se dio en un siglo (el XIX) de esplendor de la literatura fantástica y gótica, lo que afectó su lectura, por ejemplo, al asimilarse el vetala al vampiro, o también se puede objetar la aplicación de la categoría de “fantásticas” a tales narraciones.
Además, habría que ver otras propuestas, como, por ejemplo, ya en el siglo XX, la de Thomas Mann con su novela corta Las cabezas trocadas, donde retoma uno de los cuentos.
En dicha narración, una joven viaja con su esposo y con su hermano, ambos hombres grandes devotos de Kali. El esposo visita un templo de la diosa y, en éxtasis de fe, se corta la cabeza con una espada (ha de saberse que Kali solo acepta ofrendas sangrientas de animales machos). Lo mismo hace el hermano de la mujer.
Ella después encontrará sus troncos y testas. Impresionada, pide devotamente a la diosa el poder para juntar las cabezas a sus cuerpos, de modo que los hombres vuelvan a la vida. Esto ocurre, pero la mujer, en su prisa emocional y en la penumbra del recinto, confunde los miembros, y la cabeza del hermano coronará el cuerpo de su marido, y la de su esposo, el del hermano.
¿A quién habrá de seguir la mujer como esposa?, pregunta el vetala al rey. Este no se resiste y responde acertadamente –según la cultura hindú– que siga al cuerpo del hermano con la cabeza del marido pues esta manda sobre aquel y define al ser humano. A diferencia de Vikram, Thomas Mann indaga otra posible respuesta.
No llamemos ‘vampiro’ al vetala, no sometamos al extraño al lecho de Procusto de nuestro sistema de categorías. Ampliemos nuestro vocabulario y, de paso, nuestro mundo, con un concepto y un mito nuevos y hasta con una palabra fácil de decir, sonora, rotunda, como la propia colección de historias: vetala'
El autor es escritor costarricense. Por su novela ‘Faustófeles’ (Uruk, Editores) recibió el Premio de la Academia Costarricense de la Lengua del 2010.

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