Saturday, April 30, 2011

Al-Mu'tasim

Al-Mu'tasim



La noche letalmente enamorada se aferra a unas cuantas horas.
 Adán Rosales ha llegado pasada la medianoche a El Mirador, bar y restaurante en las faldas de los Cerros de Escazú, del lado de Alajuelita, que ofrece una preciosa vista de la ciudad de San José y el Valle Central. En las noches claras es un deleite contemplar la pedrería preciosa y brillante de las luces sobre ese manto negro que cada año va cediendo a la iluminación más y más terreno.
Como todo los viernes, es noche de karaoke y Angie Peraza, una de sus conocidas más guapas, está cantando una canción que dice algo así como "cuando una mujer decide querer, no hay nada en el mundo que la haga cambiar", algo así.
Ha llegado Adán en su moto porque su carro se lo ha prestado a "Potranco" para que haga unos "negocios". Al llegar la ha dejado debajo del palo de mango que está al fondo del estacionamiento, donde le queda más cómodo la salida por un portillo que apenas permite el paso de la moto y facilita una salida con discreción del lugar, en una emergencia.

No es muy aficionado a la lectura pero esta tarde ha tenido unas horas libres y al haberse quedado sin corriente se ha puesto a leer un libro que alguien dejó olvidado en una mesa de un hotel en Tamarindo y él lo recogió. En él ha leído el cuento de Borges Acercamiento a Almotásim el cual por alguna razón le ha gustado aunque no ha entendido mucho sobre las ricas alusiones que dicho cuento contiene.

Se pide un ceviche y unas alitas de pollo a la barbecue y una cuarta de ron claro.
Ahora Kevin, otro conocido y consuetudinario del lugar los viernes, canta una canción de Bobby Richards.
Una chica muy guapa que ha empezado a llegar en las últimas semanas, acaba de ingresar, hoy viste con unos jeans ceñidos y una blusa o "top"  que deja al descubierto la pancita de la mujer. Al darse ella vuelta, ve que tiene un tatuaje bastante grande  arriba del coccix. Es una especie de figura con simetría de mariposa que algún día le gustaría poder observar de cerca y descifrar su significado. No se la han presentado, pero ya sabe que se llama Yensi o Yenci.
A un costado ve a "Camaléon", uno de los "Pachecos", como se le conoce en el barrio a una familia numerosa que ha vivido ahí toda su vida. Nota que extrañamente lleva puesta una camisa del Saprissa y él siempre ha sido liguista. Después de comer se dirige a la barra y se topa con "perico" , otro conocido, que no sólo no le saluda sino que le quita la mirada. Siente una vibración rara en el lugar.
Inmediatamente colige que algo debe de haberle fallado a "Potranco" y que no ha podido hacer la entrega.... "y ellos no van a entender porque fueron muy explícitos en el contrato que no se podía de ninguna manera fallar en la entrega en la fecha acordada"--pensó para si.
El peligro es inminente, y ya deben de haber despachado sus elementos para que se encarguen de él.
Discreta pero apresuradamente sale de El Mirador y decide irse rumbo a San Antonio y no devolverse por donde llegó. Esto le permitirá tomar la ventaja que necesita para en su momento acceder al refugio seguro que tiene donde un amigo en Acosta, San Ignacio de Acosta. Al salir al parqueo ve que están llegando "los Alvarado", probablemente los encargados de ultimarlo.
Ellos lo ven y creen tenerlo ya en sus manos. Adán Rosales raudo se monta en su moto y logra salir por el portillo trasero. Esto le permite ganar unos minutos cruciales.
Sale escupido rumbo a San Antonio. Al llegar frente a la Iglesia se topa con el carro de los Angulo, que al verlo inmediatamente se dan la vuelta.
Ya no le queda la menor duda que puede estar viviendo los últimos momentos de su azaroza vida. Y ni siquiera salió hoy armado, para por lo menos "apiarse" a alguno de sus victimarios.
De repente le viene a la mente una opción con alguna probabilidad de escape. Recuerda que la calle de la Hoja Blanca sube hasta arriba de la montaña, que aunque llega un momento en que ya no es camino sino trocha y después trillo, y que precisamente el poder maniobrar en moto lo pondrá unos dos kilómetros adelante de sus asesinos. Dobla entonces en la Agencia de Policía y coge por la calle de Tite Hidalgo hasta conectar con el cementerio ya en la calle de la Hoja Blanca. Al pasar frente al Hotel y Casino Whitehouse ve que sus persecutores ya están frente al cementerio. Sigue avanzando a toda máquina y logra mantener esa leve distancia que hace casi imposible que lo "quemen" en movimiento y con la oscuridad de la noche. 
En esa zozobra llogra por fin llegar al trecho donde se vuelve imposible para que un carro pueda avanzar. Continúa más aliviado a sabiendas de que pronto hasta a la moto le será imposible avanzar. A partir de ahí continuará caminando entre montaña y de ser posible llegará a San Ignacio en un día a campo traviesa. Este recorrido ya lo había hecho con unos amigos exploradores en tiempos de colegio.
Abandona su moto y procede alúmbrándose con el foco de su celular. Le impresiona lo activa que es la fauna nocturna a su alrededor por la multitud de ruidos que escucha, croar de ranas, chillidos, gruñidos y revoloteo de aves espantadas. Por dicha en esta noche de abril las estrellas brillan a lo lejos y hay una relativa claridad, no tanto como en noches de luna llena, pero lo suficiente para advertirle de algún peligro cercano, aún sin el foco.


Santiago y Helena han salido temprano en una caminata por los cerros de Escazú. Subieron por el sendero de la Piedra Blanca y ya han llegado al claro que está sobre la corona de ese cerro. Ahí han almorzado y hasta se tomaron la libertad de hacer el amor en una esquina. Después de esto han decidido continuar. Van contentos, bien comidos y satisfechos de su sesión amatoria. Ella lo ha agarrado de la mano y lo vuelve a ver a los ojos coquetamente mientras siguen avanzando. 
-"Mirá, ¿qué es eso? Parece el cuerpo de un hombre."
-"Huy! Qué miedo, no nos arrimemos Santiago."
-"No, puede estar vivo y nosotros somos su última esperanza de salvación. Vamos, coraje, Helena."
Para sorpresa de ellos ven que el hombre está todavía vivo pero tiene enrollado en su brazo una coral venenosa y ésta está prendida con sus colmillos de su mano y no le suelta. Algo totalmente inusual porque la coral muerde súbitamente y después huye, pero ésta más bien se ha enroscado en su brazo y le ha agarrado su mano.

-"Dios bendito, por lo menos ahora podré dejarle a mi madre lo que tanto me ha costado. Prometánme que lo harán.Sí? Mi madre vive en San Rafael Abajo de Desamparados y yo tengo esta tarjeta de crédito por un monto millonario. Sí se la entregan ella podrá vivir el resto de su vida como siempre ha querido. Mi nombre es Adán Rosales, mi madre se llama Azalia Corrales, es muy conocida ahí en Desamparados. Yo de una manera u otra voy a morir. Así es que acá voy a esperar mi muerte. Si la agonía por esta víbora llega a ser intolerable acá tengo este cuchillo para apurar el paso. Pero si le entregan esta tarjeta a mi madre, que está autorizada para ello,-- nadie más lo está-- les estaré eternamente agradecido"
-"Así lo haremos, Adán. Quédese tranquilo le daremos la tarjeta a su madre dentro de una semana y le explicaremos los pormenores de esto que usted nos ha narrado. Que Dios le dé la fuerza y sea salvo en Cristo Jesús."



-"Yo siempre le dije a m'hijo Adán que la única manera de resisitir la tentación era resistiéndola. Al final todo es por algo. Dios me los bendiga a ustedes y conforte a mi hijo en la vida eterna. Esta platica es una millonada. El siempre me dijo o te visto de luto o te compro una casa. Y vean ustedes, con esto me ha vestido de luto, pero me ha comprado casa, carro y todo lo que pueda necesitar hasta el final de mis días. Alabado sea el Señor y bendiga a m'hijo!"


EL ACERCAMIENTO A ALMOTÁSIM
JORGE LUIS BORGES

Philip Guedalla escribe que la novela The approach to Al-Mu'tasim del abogado Mir Bahadur Alí, de Bombay, «es una combinación algo incómoda (a rather uncomfortable combination) de esos poemas alegóricos del Islam que raras veces dejan de interesar a su traductor y de aquellas novelas policiales que inevitablemente superan a John H. Watson y perfeccionan el horror de la vida humana en las pensiones más irreprochables de Brighton». Antes, Mr. Cecil Roberts había denunciado en el libro de Bahadur «la doble, inverosímil tutela de Wilkie Collins y del ilustre persa del siglo XII, Ferid Eddin Attar» -tranquila observación que Guedalla repite sin novedad, pero en un dialecto colérico-.
Esencialmente, ambos escritores concuerdan: los dos indican el mecanismo policial de la obra, y su undercurrent místico. Esa hibridación puede movernos a imaginar algún parecido con Chesterton; ya comprobaremos que no hay tal cosa.
La editio princeps del Acercamiento a Almotásim apareció en Bombay, a fines de 1932. El papel era casi papel de diario; la cubierta anunciaba al comprador que se trataba de la primera novela policial escrita por un nativo de Bombay City: En pocos meses, el público agotó cuatro impresiones de mil ejemplares cada una. La Bombay Quarterly Review, la Bombay Gazette, la Cdlcutta Review, la Hindustan Review (de Alahabad) y el Calcutta Englishman, dispensaron su ditirambo. Entonces Bahadur publicó una edición ilustrada que tituló The conversation with the man called Al-Mu'tasim y que subtituló hermosamente: A game with shifting mimo» (Un juego con espejos que se desplazan).
Esa edición es la que acaba de reproducir en Londres Victor Gollancz, con prólogo de Dorothy L. Sayers y con omisión -quizá misericordiosa- de las ilustraciones. La tengo a la vista; no he logrado juntarme con la primera, que presiento muy superior. A ello me autoriza un apéndice, que resume la diferencia fundamental entre la versión primitiva de 1932 y la de 1934.
Antes de examinarla -y de discutirla- conviene que yo indique rápidamente el curso general de la obra.
Su protagonista visible -no se nos dice nunca su nombre- es estudiante de derecho en Bombay. Blasfematoriamente, descree de la fe islámica de sus padres, pero al declinar la décima noche de la luna de muharram, se halla en el centro de un tumulto civil entre musulmanes e hindúes. Es noche de tambores e invocaciones: entre la muchedumbre adversa, los grandes palios de papel de la procesión musulmana se abren camino. Un ladrillo hindú vuela de una azotea; alguien hunde un puñal en un vientre; alguien ¿musulmán, hindú? muere y es pisoteado. Tres mil hombres pelean: bastón contra revólver, obscenidad contra imprecación, Dios el Indivisible contra los Dioses. Atónito, el estudiante librepensador entra en el motín. Con las desesperadas manos, mata (o piensa haber matado) a un hindú. Atronadora, ecuestre, semidormida, la policía del Sirkar interviene con rebencazos imparciales. Huye el estudiante, casi bajo las patas de los caballos. Busca los arrabales últimos. Atraviesa dos vías ferroviarias, o dos veces la misma vía. Escala el muro de un desordenado jardín, con una torre circular en el fondo.
Una chusma de perros color de luna (a lean arad evil mob of mooncoloured hounds) emerge de los rosales negros. Acosado, busca amparo en la torre. Sube por una escalera de fierro -faltan algunos tramos- y en la azotea, que tiene un pozo renegrido en el centro, da con un hombre escuálido, que está orinando vigorosamente en cuclillas, a la luz de la luna. Ese hombre le confía que su profesión es robar los dientes de oro de los cadáveres trajeados de blanco que los parsis dejan en esa torre. Dice otras cosas viles y menciona que hace catorce noches que no se purifica con bosta de búfalo. Habla con evidente rencor de ciertos ladrones de caballos de Guzerat, «comedores de perros y de lagartos, hombres al cabo tan infames como nosotros dos». Está clareando: en el aire hay un vuelo bajo de buitres gordos. El estudiante, aniquilado, se duerme; cuando despierta, ya con el sol bien alto, ha desaparecido el ladrón. Han desaparecido también un par de cigarros de Trichinópoli y unas rupias de plata. Ante las amenazas proyectadas por la noche anterior, el estudiante resuelve perderse en la India. Piensa que se ha mostrado capaz de matar un idólatra, pero no de saber con certidumbre si el musulmán tiene más razón que el idólatra. El nombre de Guzerat no lo deja, y el de una malka-sansi (mujer de casta de ladrones) de Palanpur, muy preferida por las imprecaciones y el odio del despojador de cadáveres. Arguye que el rencor de un hombre tan minuciosamente vil importa un elogio.
Resuelve -sin mayor esperanza- buscarla. Reza, y emprende con segura lentitud el largo camino. Así acaba el segundo capítulo de la obra.
Imposible trazar las peripecias de los diecinueve restantes. Hay una vertiginosa pululación de dramatis personae -para no hablar de una biografía que parece agotar los movimientos del espíritu humano (desde la infamia hasta la especulación matemática) y de la peregrinación que comprende la vasta geografía del Indostán-. La historia comenzada en Bombay sigue en las tierras bajas de Palanpur, se demora una tarde y una noche en la puerta de piedra de Bikanir, narra la muerte de un astrólogo ciego en un albañal de Benarés, conspira en el palacio multiforme de Katmandú, reza y fornica en el hedor pestilencial de Calcuta, en el Machua Bazar, mira nacer los días en el mar desde una escribanía de Madrás, mira morir las tardes en el mar desde un balcón en el estado de Travancor, vacila v mata en Indaptir y cierra su órbita de leguas y de años en el mismo Bombay, a pocos pasos del jardín de los perros color de luna. El argumento es éste: Un hombre, el estudiante incrédulo y fugitivo que conocemos, cae entre gente de la clase más vil y se acomoda a ellos, en una especie de certamen de infamias. De golpe -con el milagroso espanto de Robinsón ante la huella de un pie humano en la arena-- percibe alguna mitigación de esa infamia: tina ternura, una exaltación, un silencio, en uno de los hombres aborrecibles. «Fue como si hubiera terciado en el diálogo un interlocutor más complejo.» Sabe que el hombre vil que está conversando con él es incapaz de ese momentáneo decoro; de ahí postula que éste tia reflejado a un amigo, o arraigo de un amigo. Repensando el problema, llega a una convicción misteriosa: En algún punto de la tierra hay un hombre de quien procede esa claridad; en algún punto de la tierra está el hombre que es igual a esa claridad. El estudiante resuelve dedicar su vida a encontrarlo.
Ya el argumento general se entrevé: la insaciable busca de un alma a través de los delicados reflejos que ésta ha dejado en otras: en el principio, el tenue rastro de una sonrisa o de una palabra; en el fin, esplendores diversos y crecientes de la razón, de la imaginación y del bien. A medida que los hombres interrogados han conocido más de cerca a Almotásim, su porción divina es mayor, pero se entiende que son meros espejos.
El tecnicismo matemático es aplicable: la cargada novela de Bahadur es una progresión ascendente, cuyo término final es el presentido «hombre que se llama Almotásim». El inmediato antecesor de Almotásim es un librero persa de suma cortesía y felicidad; el que precede a ese librero es un santo... Al cabo de los años, el estudiante llega a una galería «en cuyo fondo hay una puerta y una estera barata con muchas cuentas y atrás un resplandor». El estudiante golpea las manos una y dos veces y pregunta por Almotásim.
Una voz de hombre -la increíble voz de Almotásim- lo insta a pasar. El estudiante descorre la cortina y avanza. En ese punto la novela concluye.
Si no me engaño, la buena ejecución de tal argumento impone dos obligaciones al escritor: una, la variada invención de rasgos proféticos; otra, la de que el héroe prefigurado por esos rasgos no sea una mera convención o fantasma. Bahadur satisface la primera; no sé hasta dónde la segunda. Dicho sea con otras palabras: el inaudito y no mirado Almotásim debería dejarnos la impresión de un carácter real, no de un desorden de superlativos insípidos. En la versión de 1932, las notas sobrenaturales ralean: «el hombre llamado Almotásim» tiene su algo de símbolo, pero no carece de rasgos idiosincrásicos, personales. Desgraciadamente, esa buena conducta literaria no perduró.
En la versión de 1934 -la que tengo a la vista- la novela decae en alegoría: Almotásim es emblema de Dios y los puntuales itinerarios del héroe son de algún modo los progresos del alma en el ascenso místico. Hay pormenores afligentes: un judío negro de Kochín que habla de Almotásim, dice que su piel es oscura; un cristiano lo describe sobre una torre con los brazos abiertos; un lama rojo lo recuerda sentado «como esa imagen de manteca de yak que yo modelé y adoré en el monasterio de Tashilhunpo». Esas declaraciones quieren insinuar un Dios unitario que se acomoda a las desigualdades humanas. La idea es poco estimulante, a mi ver. No diré lo mismo de esta otra: la conjetura de que también el Todopoderoso está en busca de Alguien, y ese Alguien de Alguien superior (o simplemente imprescindible e igual) y así hasta el Fin -o mejor, el Sinfín- del Tiempo, o en forma cíclica. Almotásim (el nombre de aquel octavo Abbasida que fue vencedor en ocho batallas, engendró ocho varones y ocho mujeres, dejó ocho mil esclavos y reinó durante un espacio de ocho años, de ocho lunas y de ocho días) quiere decir etimológicamente «El buscador de amparo». En la versión de 1932, el hecho de que el objeto de la peregrinación fuera un peregrino, justificaba de oportuna manera la dificultad de encontrarlo; en la de 1934, da lugar a la teología extravagante que declaré. Mir Bahadur Alí, lo hemos visto, es incapaz de soslayar la más burda de las tentaciones del arte: la de ser un genio.
Releo lo anterior y temo no haber destacado bastante las virtudes del libro. Hay rasgos muy civilizados: por ejemplo, cierta disputa del capítulo diecinueve en la que se presiente que es amigo de Almotásim un contendor que no rebate los sofismas del otro, «para no tener razón de un modo triunfal».
Se entiende que es honroso que un libro actual derive de uno antiguo: ya que a nadie le gusta (como dijo Johnson) deber nada a sus contemporáneos. Los repetidos pero insignificantes contactos del Ulises de Joyce con la Odisea homérica, siguen escuchando -nunca sabré por qué- la atolondrada admiración de la crítica; los de la novela de Bahadur con el venerado Coloquio de los pájaros de Farid ud-din Attar, conocen el no menos misterioso aplauso de Londres, y aun de Alahabad y Calcuta. Otras derivaciones no faltan.
Algún inquisidor ha enumerado ciertas analogías de la primera escena de la novela con el relato de Kipling On the City Vall,; Bahadur las admite, pero alega que sería muy anormal que dos pinturas de la décima noche de muharram no coincidieran... Eliot, con más justicia, recuerda los setenta cantos de la incompleta alegoría The Faërie Queene, en los que no aparece una sola vez la heroína, Gloriana -como lo hace notar una censura de Richard William Church (Spenser, 1879). Yo, con toda humildad, señalo un precursor lejano y posible: el cabalista de Jerusalén, Isaac Luria, que en el siglo xvi propaló que el alma de un antepasado o maestro puede entrar en el alma de un desdichado, para confortarlo o instruirlo. Ibbür se llama esa variedad de la metempsicosis.1


Nota
1 En el decurso de esta noticia, me he referido al Mantiq al-Tayr (Coloquio de los pájaros) del místico persa Farid al-Din Abú Talib Muhámmad ben lbrahim Attar a quien mataron los soldados de Tule, hijo de Zingis Jan, cuando Nishapur fue expoliada. Quizá no huelgue resumir el poema. El remoto rey de los pájaros, el Simurg, deja caer en el centro de la China una pluma espléndida; los pájaros resuelven buscarlo, hartos de su antigua anarquía. Saben que el nombre de su rey quiere decir treinta pájaros; saben que su alcázar está en el Kaf, la montaña circular que rodea la tierra. Acometen la casi infinita aventura; superan siete valles, o mares; el nombre del penúltimo es «Vértigo»; el último se llama «Aniquilación». Muchos peregrinos desertan; otros perecen. Treinta, purificados por los trabajos, pisan la montaña del Simurg. Lo contemplan al fin: perciben que ellos son el Simurg y que el Simurg es cada uno de ellos y todos. (También Plotino-Enéodas,V 8, 4 -declara una extensión paradisíaca del principio de identidad: Todo, en el cielo inteligible, está en todas partes. Cualquier cosa es todas las cosas. El sol es todas las estrellas, y cada estrella es todas las estrellas y el sol.) El Mantiq al-Tayr ha sido vertido al francés por Garcín de Tassy; al inglés por Edward FitzGerald; para esta nota, he consultado el décimo tomo de Las mil y uno noches de Burton y la monografa The Persion mystics: Attar (1932) de Margaret Smith. Los contactos de ese poema con la novela de Mir Bahadur Alí no son excesivos. En el vigésimo capítulo, unas palabras atribuidas por un librero persa a Almotásim son, quizá, la magnificación de otras que ha dicho el héroe; ésa y otras ambiguas analogías pueden significar la identidad del buscado y del buscador; pueden también significar que éste influye en aquél. Otro capítulo insinúa que Almotásim es el «hindú» que el estudiante cree haber matado.

No comments: